Trescientos cincuenta y pico días hace que empezó y no veo el día en que concluya.
Con sentimientos que no se correspondían, con una tasa de alcohol aún en sangre desproporcionada, con propósitos, desperté a medio vestir y rodeado de objetos en mi cama. Así estrené yo el nuevo año.
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El jueves anterior ya dí señales premonitorias. Llegué a la zona de bares a la una de la madrugada, y según cuentan, salía de ella hacia las tres con una ingesta de bebidas etílicas suficiente como para no acordarme prácticamente de nada hasta que, poco a poco fueron pasando los días y empezó a cuadrar toda la historia. Arrastrandome literalmente por las paredes, vomitando en un contenedor de basura, al final llegué a un taxi que me llevo a casa. Cerca del portal de mi humilde morada, tropecé contando los cambios que me había dado el taxista y cayeron al suelo. Traté de recuperarlos, pero al ir a recogerlos sólo conseguí tropezar de nuevo y caer de ceja. ¿Cómo se cae de ceja? Muy fácil. Se trata de perder todo equilibrio que el cuerpo humano ostenta, olvidar que posees extremidades en la parte superior de tu cuerpo y abalanzarte al suelo con el único apoyo de la ceja derecha.
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Tener una bola venida a menos en tu ceja con el paso del tiempo era algo totalmente normal, después de las borracheras que me venía cogiendo últimamente. Lo que no esperaba una semana más tarde era combinarla con otra malformación, esta vez en el hombro izquierdo. Consejo: No corraís si vaís ebrios.
Eché a correr, tropecé ( Sí, una vez más ), me olvidé de mis extremidades de nuevo y caí de hombro. Conclusión, luxación acromioclavicular del hombro izquierdo. Tres meses largos de baja, cerca de veinte días con el brazo en cabestrillo, y un dolor importante.
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En junio decidí tatuarme lo que toda mi vida arrastraré, la falta de dos personas que se fueron. Una porque quiso y la otra como dicen por ahí, porque estaba apuntada.
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En julio termine de cancelar el crédito que me faltaba de mi coche. Y también fuí a disfrutar de un día sin pensar en nada, con cervezas, barbacoa y psicotrópicos.
Disfruté de mi cumpleaños con sandwich de york&queso y otros de nutella que, reposaban en platos de princesas Disney. Disfruté de la compañía de los míos.
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Llega septiembre y se me comunica que tengo que desplazarme hasta la playa a celebrar el cumpleaños de un cabrón. Asi que, compro mi billete de AVE, disfruto del viaje y me planto en el apartamento donde se celebraba dicha reunión sin que el cabrón que cumplía los años supiese nada. Menuda noche, menuda sorpresa. ¡Qué gran cumpleaños!
Por cierto, y sin que tenga nada que ver con lo anterior, continuando la mala racha, pierdo una amistad.
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Por fin, vacaciones en noviembre (mi jefe es así de caprichoso, no hay vacaciones en verano, ¿Curioso verdad? Cuanto menos estúpido.).
Me voy a mi tierra, tengo comprado el billete y llego tarde al primer bus, asi que tengo que comprarme un billete nuevo para el siguiente que sale. Las última noticias que tengo de mi tierra es que mi abuela se esta despidiendo de la familia, quiere emprender un nuevo viaje. Llego a Alcoy, como, y marcho a verla. Mi tio me deja a solas con ella. Triste, empiezo a hablar con ella, para hacerle ver que poco a poco y conforme hemos podido, hemos salido adelante todos sus nietos e hijos. Quiero que marche tranquila y sin preocupación. Su respiración lenta y bronca no me da esperanzas.
Al día siguiente por la mañana me llaman para decirme que mi abuela ya ha cogido el primer vuelo rumbo al paraiso. Se veía venir, pero siempre le agradeceré que me dejara verla por última vez, supo esperarme, identicamente como lo hizo mi otra abuela. Esto último es lo que más me hace pensar.
Vuelvo a Zaragoza, pensando que las cosas no pueden ir peor este año. Murphy ahí estaba para recordarme que cuando las cosas van mal, siempre pueden ir peor. Y así fue.
Bajé la basura, vi el humo negro y denso que provenía del garaje, luces de sirenas de policía, bomberos y ambulancia. Pasado un rato me confirman que mi coche está implicado. Siniestro total. Puro carbón. A discutir con las aseguradoras toca.
Ni que decir tiene que era el primer día que estrenaba mi plaza de garaje, y que el coche estaba recien sacado del taller listo para su venta.
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¿Y ahora? Ahora me remito al principio de la historia. No veo el día en que este ciclo termine.
Con un hombro malformado, con un coche calcinado, con una amistad menos y con una persona que jamás regresará. Así pongo el punto y final a este fatídico y horroroso año. Y no, no deseo que el año que viene sea mejor, solo deseo que sea, sin más.